miércoles, 8 de septiembre de 2010

Victorias y derrotas

De eso trata la vida. Unas veces se gana y otra se pierde. Y la esperanza es el camino que nos guía hacia lo primero. Sin ella la lucha carece de objetivo. Yo creo que sentir esa esperanza nos hace incluso más felices que el propio momento de triunfo, pues una vez se alcanza la meta es como si todo se acabara. En las competiciones los seguidores ponen todas sus esperanzas en su equipo, aquél al que han seguido desde hace mucho tiempo y es entonces cuando todo el mundo cree que puede conseguir cualquier cosa, y sí, en ese momento, cuando se aferran a un deseo con tanta fuerza, la unión que se experimenta es increíble y cada segundo se vive a cámara lenta, aunque en realidad las cosas estén ocurriendo a un ritmo rápido. Lo demás no importa, tus ojos sólo no ven lo que tienen ante ellos, sino más allá y los latidos de tu corazón retumban en tu cabeza, pom pom, pom pom, sientes que puedes tocar el cielo con sólo estirar los dedos de una mano. Y de repente, el último grano cae al fondo del reloj de arena. Te das cuenta de que el tiempo se ha acabado. Y aquellos que has tenido por rivales durante ese periodo están eufóricos, saltando de alegría, celebrando haber ganado. Mientras, tu esperanza ha desaparecido, se ha esfumado junto con la última jugada del contrario. El primer sentimiento es de ira, enfado contra los otros, y ganas de culpar a alguien. El segundo es de tristeza, de pena y llanto por aquellos en los que habías confiado. Ese sentimiento es el más doloroso, el que te crea un nudo en la garganta, y tu visión se torna borrosa, te tiemblan los labios, y el corazón ya no late como antes, pom... pom. No importa nada si pasas por esos estados, porque de nuevo la esperanza renace. Tarde o temprano, siempre lo hace.

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